viernes, 26 de julio de 2013

ECONOMÍA SUMERGIDA

Un año más, llegan las ansiadas vacaciones a nuestras vidas. ¡Por fin! Y un año más, nos hemos pasado los días e incluso meses previos cavilando acerca de nuestro posible destino estival (sí, ya se sabe: no serán auténticas vacaciones si no nos las tomamos incluso de nuestro propio entorno físico, por si acaso nos da una sobredosis de rutina).
De este modo, los más afortunados se irán lejos, muy lejos, donde las vacaciones alcanzan también al idioma o al uso de la moneda común (que ya nos tiene un poco hartos, la verdad), y los que tienen el cinturón más apretado lo harán a la casa del pueblo, o en su defecto al pueblo de alguien (que no todo el mundo tiene pueblo para evadirse, pero ¿quién no cuenta con ese amigo en cuya casa cabe siempre alguien más? –¡y bendito amigo, todo hay que decirlo!).
El caso es que este año es algo especial: con la tasa de paro más alta de nuestra historia (sí, que no les engañen, que la reciente bajada en las listas no responde a la creación real de empleo ni a las fabulosas reformas de nuestros cuarenta ladrones, sino que es la misma que se produce cada temporada alta con los chiringuitos y demás lugares de esparcimiento playero, y vuelve a su sitio con la caída de la hoja –la del árbol, que la de ruta ya se cayó hace mucho tiempo y aún siguen buscándola-. Bares, ¡qué lugares!, que decían Gabinete Caligari…), los impuestos y recibos subiendo al ritmo del termómetro en pleno corazón de Écija, los precios adecuándose al fresquito de Noruega, y los sueldos (los que quedan, claro) agachándose hasta dejar el culo bien en pompa, la economía doméstica ha quedado como para ir a buscar a Curro al Caribe… al bar Caribe, quiero decir, el de la esquina, el de toda la vida, que es lo más parecido a un paisaje paradisíaco que van a ver muchos en estos días.
Visto así, no parece que vaya a ser un período muy halagüeño para nuestro querido sector hostelero, a no ser que esto se llene de guiris despistados que no se hayan pispado de las noticias de los últimos dos años…  Y visto así, tampoco debería haber mucho problema para encontrar plazas libres a estas alturas en hoteles, aviones, y demás lugares con butacas y camas que puedan asociarse a viajes y descanso.
¡Mi sorpresa llega cuando te das cuenta de que no queda ni una! ¡Pero ni ahora ni hasta octubre! ¡Oh, Dios mío! ¡Que es verdad que están invadiendo España! ¡Llegan los Francos, los Sajones, los Normandos, los Hunos, los Doses y los Treses a aprovecharse del pinchazo de la burbuja inmobiliaria o, en su defecto, a copar todas las ofertas hoteleras! (Los Vándalos no, que ya viven aquí desde hace tiempo…).
Y es que tiene huevos la cosa: si vas a la playa, tienes que pelear arduamente tu metro cuadrado de arena para que no te lo conquiste otro poniendo su sombrilla, esa especie de estandarte moderno y veraniego cuya finalidad máxima es no dejar ver el mar al vecino,  alrededor del cual florece una pequeña ciudad de paravientos, neveras, bolsos, sillas, mesas e incluso toldos (vamos, que Juego de Tronos es cosa de niños comparado con esto… ¡qué tiempos aquellos en los que uno bajaba única y alegremente con su toalla al cuello!); si vas al hotel, tienes que pelear en el buffet libre para conseguir un mísero plato caliente de salchichas con patatas (o eso, o te conformas con las sobras, que al final se convierten en una opción más saludable… no tanto por su contenido alimenticio, sino más bien por aquello de evitarse el stress, que es lo que aconseja el médico); ¡coño, es que incluso si vas al spa tienes que pelear duro por hacerte fuerte en el jacuzzi, no vaya a ser que te toque sentarte justo por donde salen las burbujitas! (lo sé, alguno pelea por hacerse fuerte justo en ese punto, pero esa es otra historia…).
Entonces no es que tenga huevos la cosa. ¡Lo que tiene son huevos de oro! ¿Dónde guarda la gente la gallina? Porque con la que está cayendo, no puedo sino quedarme perplejo ante semejante demostración de poderío. Si al final algunos van a tener razón: siempre llego tarde a las mejores… Es por ello que empiezo a sospechar que en realidad nuestra economía no está tan mal, lo que pasa es que lo disimulamos muy bien. Va a resultar que la doble contabilidad no es sólo un asunto de Pepe y Bárcenas, sino de toda la clase media que habita la península. Sí, la media, porque la alta no necesita disimular –últimamente lo intentan durante el invierno, ¡pero el verano es el verano!-, y la baja, que con las reformas es cada vez más abundante, no puede ni intentarlo (que digo yo, que estas reformas seguimos sin saber para qué son, porque si no sólo no generan empleo sino que lo destruyen, si no sirven para frenar la caída económica del país, si no sirven para mejorar el estado de bienestar… ¡entonces son más molestas que las reformas del cuarto de baño! –que, al menos, sí valen para algo-).
Es ahora cuando entiendo el concepto de Economía Sumergida, y cuando llego a la conclusión de que los eruditos no saben emplearlo. No correctamente. ¿Qué es? ¿En qué consiste? ¿Serán las actividades económicas que no están declaradas, piratas, que están en B, o como quieran ustedes llamarlas? ¡¡No!! ¡Es la que las familias guardan para ir a sumergirse! ¡Está claro! Algunos dicen que en España no se ha montado la marimorena (todavía) debido a que hay mucha economía sumergida, y yo creo que no les falta razón. Porque piensen ustedes que de golpe y porrazo nos dejan sin la playa y sus castillos (los de sombrilla, bolsas, sillas y demás miembros de la corte, que los de arena pasaron a la historia casi como los de piedra), sin chiringuitos (que además generan empleo, no lo olviden), sin solazo y sin buffet libre. ¡Sería la hecatombe! Y entonces sí que quemaríamos la Moncloa, Génova y lo que se pusiera en nuestro camino. ¡Así somos los españoles! ¡Pa cojones, los nuestros!
El otro día leía una viñeta de Malagón en la que decía: “Este año decidimos veranear en una playa nudista. Total, el gobierno ya nos ha dejado en pelotas…” ¡Joder, qué buena! ¡No puedo estar más de acuerdo! Y es que, incluso en pelotas, deberíamos poder encontrar siempre la manera de huir, aunque sólo sean unos pocos días, de todo este sistema que no hace más que enriquecer a unos pocos a costa del sufrimiento de otros muchos; de unos políticos corruptos que nos toman por idiotas mientras se toman sus mojitos en sus yates de lujo (eso sí, invitados por nosotros, que no está la cosa como para despilfarrar); de una casta de empresarios que, a base de sobornos, han hecho de la mentira y la estafa su forma de vida… y de la nuestra, aunque por motivos diferentes; de toda esta vorágine que cada vez nos deja menos tiempo para disfrutar de lo verdaderamente importante, de nuestras familias y de nosotros mismos, para convertirnos en meras piezas de ajedrez enajenadas que puedan manejar a su antojo.

Así que ¿saben qué? ¡Que viva la Economía Sumergida! Que si hay que buscarla con una máscara y un tubo de snorkel, uno se remanga y bucea hasta encontrarla. Pero ni de coña me quedo de pasmarote en la orilla (mira por dónde, al final va a resultar que mi título de buceo va a servir para algo más que para ver peces…). Y dicho esto, si salen estos días háganme caso y dejen el teléfono en casa, no vaya a ser que les llame el jefe; y dejen el ordenador también, no vaya a ser que tengan la tentación de trabajar. ¡Pero eso sí, no se olviden de la espada, que les será verdaderamente útil! ¡Felices Vacaciones y Feliz Inmersión! (Por cierto, ha vuelto a subir la luz…).

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