Madrid es una
ciudad de más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas). ¡Y no
lo digo yo, que conste! No, tampoco ha llegado la versión castiza de The
Walking Dead, ni la de Guerra Mundial Z, así que pueden respirar tranquilos.
Bueno ¡o no! Porque lo que afirmaba Dámaso Alonso allá por 1944 no anda muy
lejos de estar de plena actualidad en pleno 2014 (sí, hemos cambiado de año,
por fin)… y mira por dónde también acaba en 4.
Cadáveres en
sentido figurado, claro, no se me vayan a asustar. Cadáveres de espíritu,
cadáveres de alma (que aunque lo parezca, no es lo mismo)… En definitiva,
cadáveres por complacencia, que viene a ser algo así como ser borregos pero
encima pasando frío y con más hambre.
Esto sí lo digo
yo, que siento cómo, mucho a mucho, Madrid va desandando lo que poco a poco
tuvo que andar para sacudirse la mierda que significó ser la capital de la
dictadura; lo que tuvo que andar para ser el símbolo de la conquista de los
derechos sociales, del progreso y de la apertura. Nos las prometíamos muy
felices por aquel entonces, pero lo cierto es que mi querida ciudad no lo ha
tenido nada fácil durante este tiempo. A saber, pasó de ser el Madrid del
Tirano a ser el Madrid del Tierno (¡Rockeros, el que no esté colocado que se
coloque… y al loro!), y luego el Madrid del Barranco (que daba un poco más de
vértigo), y luego (Sahagún de por medio) el Madrid del oso y el Manzano (que tuvo
madroños el asunto), y luego el Madrid del Tesoro (no, no es un patrocinio del
Estado: es lo que el faraón Gallardón anduvo buscando años y años, haciendo
agujeros a costa del -y en el- bolsillo de los madrileños, dilapidando sus cada
vez más maltrechos ahorros. No lo encontró), y ahora el Madrid de la Botella,
que otra cosa no, pero propicio para alcohólicos sí que es, porque visto el
panorama al menos estando beodo uno se entera de menos y con mejor humor.
¿Que qué tiene
que ver esto con los cadáveres? Pues mucho, porque aquí o estamos todos
muertos, o no termino de entender cómo permitimos que Madrid haya llegado hasta
donde lo ha hecho en estos últimos meses. Veamos…
Somos la única
ciudad que ha tenido dos alcaldes no electos: el primero, al menos, fue elegido
en unas elecciones públicas cuatro años (¡¡¡cuatro años!!!) después de sentarse
en el trono… y fue destituido por una moción de censura poco después (que
también tiene cojones: con la trayectoria que llevaba de pertinaz y manifiesta
inutilidad, podían habérselo cepillado antes de investirle oficialmente, ¿no?),
y la segunda… bueno, es la de ahora… que no da la talla ni para ser delegada de
clase en un curso de primaria. ¡Y eso suponiendo que no fuera un centro
bilingüe, claro!
Madrid es la
ciudad más endeudada de España, con muchísima diferencia. Esto no es culpa de
la Botella, todo hay que decirlo, y es que aunque ahora estemos borrachos con
su relaxing power hay que hacer justicia y otorgarle dicho honor al ministro de
tal. Sí, el mismo que después de habernos dejado la roncha y abierto los
agujeros (cada cual que escoja los que crea convenientes), abandonó el barco y
ahora nos pide que paguemos también para poder reclamar atropellos (los suyos y
los de los demás, porque de abortos no quieren saber nada, pero de joder
entienden cantidad). Gracias a ello (y además por culpa de la deuda), los
madrileños pagan hoy un 222% más de IBI que hace una década, pagan en exceso y
sin excepción por aparcar en todo el área metropolitana que queda dentro de la
M-30… y en barrios donde jamás ha habido problemas de aparcamiento, pagan el
billete de metro y autobús más caro de toda Europa (sí, que no cuela: relación
calidad-precio-salario mínimo interprofesional, echen ustedes la cuenta; sólo
con lo último ya pueden empezar el tembleque), un impuesto de circulación hasta
un 1000% más caro que en otras localidades de la Comunidad… y así sucesivamente
(¿les dije que ha subido la luz otra vez?). Al menos ha plantado árboles
alrededor del Manzanares… qué ecológico el tío…
El problema que
tenemos ahora es diferente, y es que la primera alcaldesa (no electa, no lo
olviden) de la historia de Madrid piensa que esto es como un corral de vecinos,
en el que lo más importante es que no la molesten en la paz de su casa. Sólo de
esta manera se explican gilipolleces tales como la del examen a músicos
callejeros (no hay nadie como tú… hilarante),
el cierre indiscriminado de salas de conciertos en la zona centro de la ciudad,
la limitación de hora a locales de ocio en fechas como Nochevieja, la ley del
ruido… mientras mira para otro lado
cuando se trata de asuntos capitales como el paro, la sanidad (¡Sanidad Pública
para todos!), la Educación (¡Educación Pública para todos!), la Seguridad (de
los ciudadanos, quiero decir), la Cultura (¡IVA reducido ya!), la economía
familiar o los servicios públicos, básicos para que la vida urbana fluya con un
mínimo de decencia. En este sentido lo cierto es que sigue las directrices del
Partido (qué miedito da esta frase… que nos lleva a tiempos pasados), pero con
un toque femenino (no me malentiendan, por favor: femenino como antaño, como
las damas decentes. Si Franco levantara la cabeza…). Es algo así como recortar
con estilo, que de eso los hombres no entienden demasiado. Precisamente el
estilo con el que, ya siendo concejala de Medio Ambiente, intentó convencernos
de que había gaviotas reidoras en el Manzanares (aunque qué quieren que les
diga: antes encontraríamos hienas, que esas sí que se ríen y estarían aquí como
en casa), o a afirmar que las alertas de polución por el aire extremadamente
contaminado de Madrid se debían al buen tiempo… pero que aún así el paro
asfixiaba más (sí, todos sabemos ambas cosas: que el buen tiempo trae
consecuencias horribles para la salud, y que su reforma laboral es como el buen
tiempo. Desde aquel día los paneles medidores acabaron exiliados en el
extrarradio, por llevarle la contraria).
Por cierto que,
para recortes idiotas, los de la Cabalgata de Reyes… Yo que llevaba por primera
vez a mis hijos a que la vieran… ¡y me encuentro con que es un desfile low cost
patrocinado por El Corte Inglés y Movistar! Cuatro carrozas y media, cuatro
docenas de actores, dos camellos (literalmente: dos. Sería por el frío y la
lluvia, que no están acostumbrados los animalitos)… tres o cuatro bandas de
música de fuera (como aquí no tenemos…), unos pocos policías y guardias civiles
a caballo acompañados por el “coche multa” (como sabiamente ya identifica mi
pequeño de tres años ¡si es que no se les escapa ninguna!), y los bomberos (por
cierto, nunca entenderé que los que aplauden a la Guardia Civil no tengan ni
una palmada para ellos, que tiene bastante más de superhéroes; o mejor dicho,
que son los únicos héroes reales). Pero la Cabalgata de la Botella (que no de
la Valkyria, de nuevo no confundir aunque se parezca) se caracterizó por algo
más que por la pseudo privatización: no era Cabalgata ¡era un paso de Semana
Santa! ¡Y con la ley del ruido aplicada! ¡Coño –perdón-, que te enterabas de
que había una carroza delante porque algún cachondo te agredía con caramelos!
(¡al menos se gastaron la pasta en algo!).
Ahora que, lo
que tiene whatsapp (¡chsst! ¿Actualizándome eh?), es lo del rey negro… Vamos a
ver… Además de ser la única ciudad con dos alcaldes no electos, la ciudad más
endeudada de España y la de más ladrones oficiales por metro cuadrado, ¿es que
Madrid también tiene que ser la única puñetera ciudad en el mundo en pleno
siglo XXI en la que se saca a un blanco pintado de negro para hacer las veces
de Baltasar? Que sí, que ya sé que eso nos hace especiales en la Galaxia, pero
creo que es una singularidad mal entendida. Doña Ana, por favor, que lo del
negro tizón es una expresión popular para referirse a los que tienen la piel
más oscura, y no un hecho literal… Que aquí hay suficiente población negra como
para hacer mil cabalgatas únicamente de baltasares con sus correspondientes
pajes, así que déjese de acuerdos municipales y de gastarse la pasta en betún,
que ni queremos ver a políticos intentando ganarse a nuestros niños, ni que
dilapide nuestra pasta en pintura para que un blanco parezca de otro color. ¡Y
si no, al menos píntenle de un marrón creíble, cojones, que lo del negro es en sentido
figurado!
Negro es el destino de mis enemigos, que cantaban Gigatrón, y no hace
falta que le diga que amigos, amigos, usted y yo no somos.
Volviendo al
hilo, Madrid es hoy una ciudad sucia, triste, expropiada a sus ciudadanos. La
huelga de limpieza sólo sirvió para reflejar en las calles el interior de su
ayuntamiento, aunque eso sí, sin corrupción ni despotismo; sólo mierda y más
mierda. Como decía recientemente mi amiga Patricia Godes, estamos en una crisis
como a principios de los setenta, con la diferencia de que entonces se tenía la
sensación de que se iba a salir del hoyo, y hoy de que aún podemos caer un poco
más abajo. Y si esto es triste, más triste aún es que no hagamos nada; que no
obliguemos a toda esta chusma que nos gobierna a convocar elecciones y que se
vayan (la tortura no es que me parezca
excesiva, pero sí poco civilizada…). Cadáveres, ya lo estoy diciendo.
Sabina decía
que aquí las niñas ya no quieren ser princesas, pero es un error: no quieren
ser princesas reales ni Reales (que, visto lo visto, casi lo aplaudo, no vaya a
ser que Noos den otro escándalo para jarana de la cúpula europea). En estos
tiempos de revival casi obligatorio (más que nada porque hoy se confirma que
casi cualquier tiempo pasado fue mejor –casi, casi, fíjense en el énfasis sobre
la palabra…-) parece que además de lo bueno también se retoma el paletismo más
cutre, y las niñas sí quieren ser princesas, pero poligoneras, que son las que
salen en la tele. Y a los niños les da por perseguir el mar dentro de un vaso
de ginebra, pero cuidado, que a este paso estamos a punto de asistir a lo nunca
visto: la imposición de Ley Seca por parte de una Botella de (y que) mal vino.
Hasta entonces tienen vía libre.
Así que sí,
parece que más de treinta años después la visión taciturna de Sabina sigue
teniendo vigencia, a pesar del precio del butano. No tanto la de los Refrescos,
porque lo de los mil cines, mil teatros y mil museos ya se han encargado de
corregirlo. Si en su lugar hubieran solventado el problema de la playa
estaríamos todos mucho más contentos. Qué lástima. Pero se intentó ¿eh? Lo que
nadie dijo es que la playa de Madrid se quedaría en tres charquitas
artificiales donde… ¡¡nunca permitieron el baño!! (aunque a decir verdad nos la
sopla: no les hubiera hecho ni falta eso de prohibirlo, porque metiendo un pie
en el Manzanares uno se arriesga a sacar otros dos de regalo, o tres dedos de
más. Eso sí, pirañas no hay. No son tan estúpidas).
Al final, y a
mi pesar, creo que nos tendremos que quedar con Este Madrid, como decían los
Leño, a la sazón el grupo más castizo de todos los que ha parido la capital del
reino. A mi pesar no por la calidad, evidentemente, sino por su dosis de
realidad y, por desgracia, de vigencia: es una mierda este Madrid, que ni las
ratas pueden vivir. Y gris, muy gris. Claro que no podemos esperar otra cosa si
seguimos regentados por una Botella como esta, por fuera tan de aquí como la de
Anís del Mono (efectivamente, aunque se vista de seda), y por dentro con la
calidad del auténtico garrafón, pero del barato ¿eh? Que hay crisis. Entonces
¿a qué esperamos para instaurar nuestra propia Ley Seca?